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OTELO.
CASIO.

Y me abrazaba llorando, y se empeñaba en llevarme consigo.

OTELO.

Y ahora contará cómo le llevó á mi lecho. ¿Por qué, por qué estaré yo viendo las narices de ese infame, y no el perro á quien he de arrojárselas?

CASIO.

Tengo que dejarla.

YAGO.

Mírala: allí viene.

CASIO.

¡Y qué cargada de perfumes! (Sale Blanca.) ¿Por qué me persigues sin cesar?

BLANCA.

¡El diablo es quien te persigue! ¿Para qué me has dado, hace poco, ese pañuelo? ¡Qué necia fuí en tomarle! ¿Querias que yo te copiase la labor? ¡Qué inocencia! Encontrarle en su cuarto, y no saber quién le dejó. Será regalo de alguna querida, ¿y tenias empeño en que yo copiase la labor? Aquí te lo devuelvo: dásele: que no quiero copiar ningun dibujo de ella.

CASIO.

Pero, Blanca, ¿qué te pasa? Calla, calla.

OTELO.

¡Poder del cielo! ¿No es ese mi pañuelo?

BLANCA.

Vente conmigo, si quieres cenar esta noche. Si no, ven cuando quieras. (Vase.)