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OTELO.
OTELO.

Bien pensado, á fe mia.

YAGO.

Acéchalos un rato y ten paciencia. Cuando más rendido estabais al peso de la tristeza, llegó á este aposento Casio. Yo le despedí, dando una explicacion plausible de vuestro desmayo. Prometió venir luego á hablarme. Ocultaos, y reparad bien sus gestos, y la desdeñosa expresion de su semblante. Yo le haré contar otra vez el lugar, ocasion y modo con que triunfó de vuestra esposa. Reparad su semblante, y tened paciencia, porque si no, diré que vuestra ira es loca é impropia de hombre racional.

OTELO.

¿Lo entiendes bien, Yago? Ahora, por muy breve tiempo, voy á hacer el papel de sufrido, luego el de verdugo.

YAGO.

Dices bien, pero no conviene que te precipites. Ahora escóndete. (Se aleja Otelo.) Para averiguar dónde está Casio, lo mejor es preguntárselo á Blanca, una infeliz á quien Casio mantiene, en cambio de su venal amor. Tal es el castigo de las rameras: engañar á muchos, para ser al fin engañadas por uno solo. Siempre que le hablan de ella, se rie estrepitosamente. Pero aquí viene el mismo Casio. (Sale Casio.) Su risa provocará la ira de Otelo. Toda la alegría y regocijo del pobre Casio la interpretará con la triste luz de sus celos. ¿Qué tal, teniente mio?

CASIO.

Mal estoy, cuando te oigo saludarme con el nombre de ese cargo, cuya pérdida tanto me afana.