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OTELO.

Casio, y que aquejado por el dolor de muelas, no puedo dormir. Hay hombres tan ligeros que entre sueños descubren su secreto. Así Casio, que entre sueños decia: «Procedamos con cautela, amada Desdémona.» Y luego me cogió la mano, y me la estrechó con fuerza, diciéndome: «Amor mio», y me besó como si quisiera desarraigar los besos de mis labios, y dijo en altas voces: «¡Maldita fortuna la que te hizo esposa del moro!»

OTELO.

¡Qué horror!

YAGO.

Pero todo eso fué un sueño.

OTELO.

Prueba palpable, aunque fuera sueño, puesto que descubre que su amor ha llegado á la posesion definitiva.

YAGO.

Esta prueba sirve para confirmar otras, aunque ninguna de ellas convence.

OTELO.

Quiero destrozarla.

YAGO.

Ten prudencia. Con certidumbre no sé nada. ¿Quién sabe si será fiel todavía? ¿No has visto alguna vez un pañuelo bordado en manos de Desdémona?

OTELO.

Sí, por cierto; fué el primer regalo que la hice.

YAGO.

No lo sabia yo, pero ví en poder de Casio un pañue