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O T E L O.
OTELO.

Pues me pareció que era Casio.

DESDÉMONA.

¿Tú de vuelta, amor mio? Ahora estaba hablando con un pobre pretendiente, que se queja de tus enojos.

OTELO.

¿Quién?

DESDÉMONA.

Tu teniente Casio. Y si en algo estimas mi amor y mis caricias, óyeme benévolo. O yo no entiendo nada de fisonomías, ó Casio ha pecado más que por malicia, por ignorancia. Perdónale.

OTELO.

¿Era el que se fué de aquí ahora mismo?

DESDÉMONA.

Sí, tan triste y abatido, que me dejó parte de su tristeza. Haz que vuelva contento, esposo mio.

OTELO.

Ahora no: otra vez será, esposa mia.

DESDÉMONA.

¿Pronto?

OTELO.

Tus ruegos adelantarán el plazo.

DESDÉMONA.

¿Esta noche, á la hora de cenar?

OTELO.

Esta noche no puede ser.