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O T E L O.
CASIO.

Me das un buen consejo.

YAGO.

Y tan sincero y honrado como es mi amistad hácia vos.

CASIO.

Así lo creo. Lo primero que haré mañana será rogar á Desdémona, que interceda por mí. Si ella me abandona, ¿qué esperanza puede quedarme?

YAGO.

Bien decis. Buenas noches, teniente. Voy á la guardia.

CASIO.

Buenas noches, Yago.

YAGO.

¿Y quién dirá que soy un malvado, y que no son buenos y sanos mis consejos? Ese es el único modo de persuadir á Otelo, y muy fácil es que Desdémona interceda en favor de él, porque su causa es buena, y porque Desdémona es más benigna que un ángel del cielo. Y poco le ha de costar persuadir al moro. Aunque le exigiera que renegase de la fe de Cristo, de tal manera le tiene preso en la red de su amor, que puede llevarle á donde quiera, y le maneja á su antojo. ¿En qué está mi perfidia, si aconsejo á Casio el medio más fácil de alcanzar lo que desea? ¡Diabólico consejo el mio! ¡Arte propia del demonio engañar á un alma incauta con halagos que parecen celestiales! Así lo hago yo, procurando que este necio busque la intercesion de Desdémona, para que ella niegue al moro en favor de él. Y entre tanto yo destilaré torpe veneno