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O T E L O.

ése aguado, y así y todo ya siento los efectos. Mi debilidad es tan grande, que no me atrevo á acrecentar el daño.

YAGO.

Cállate. Es noche de alegría. Darás gusto á los amigos.

CASIO.

¿Dónde están?

YAGO.

Ahí fuera. Les diré que entren, si quereis.

CASIO.

Díselo, pero á fe que no lo hago de buen grado.

(Se va.)
YAGO.

Con otra copa más que yo le haga beber, sobre la de esta tarde, se alborotará más que un gozquecillo ladrador. Ese Rodrigo, que es un necio, loco de amor, ha bebido esta noche largo y tendido á la salud de Desdémona. Él hace la guardia y con él tres mancebos de Chipre, nobles, pundonorosos y valientes, á quienes ya he exaltado los cascos con largas libaciones. Veremos si Casio, mezclado con esta tropa de borrachos, hace alguna locura, que le acarree enemistades en la isla. Aquí viene. Si esto me sale bien, adelantarán mucho mis proyectos. (Sale Casio con Montano y criados con ánforas de vino.)

CASIO.

Por Dios vivo... ya siento el efecto.

MONTANO.

Pues si no ha sido nada: apenas una botella.