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O T E L O.

algun cariño, ¡caiga sobre mí la maldicion del cielo, si vuelvo á quejarme de ellos! Ven acá, niña: entre todos los que están aquí congregados ¿á quién debes obedecer más?

DESDÉMONA.

Padre mio, dos obligaciones contrarias tengo: vos me habeis dado el sér y la crianza, y en agradecimiento á una y otra debo respetaros y obedeceros como hija. Pero aquí veo á mi esposo, y creo que debo preferirle, como mi madre os prefirió a su padre, y os obedeció más que á él. El moro es mi esposo y mi señor.

BRABANCIO.

¡Dios sea en tu ayuda! Nada más puedo decir, señor; si quereis, tratemos ahora de los negocios de la República. ¡Cuánto más vale adoptar á un hijo extraño que tenerlos propios! Óyeme, Otelo: de buena voluntad te doy todo lo que te negaria, si ya no lo tuvieras. Desdémona, ¡cuánto me alegro de no tener más hijos! Porque despues de tu fuga, yo los hubiera encarcelado y tratado como tirano.

DUX.

Poco voy á decir, y quiero que mis palabras sirvan como de escalera que hagan entrar en vuestra gracia á esos enamorados. ¿De qué sirven el llanto y las quejas cuando no hay esperanza? Sólo de acrecentar el dolor. Pero el alma que se resigna con serena firmeza, burla los embates de la suerte. Quien se ria del ladron podrá robarle, y al contrario el que llora es ladron de sí mismo.

BRABANCIO.

No estemos ociosos, mientras que el turco nos arre-