Sea quien fuere el autor de vuestra afrenta, el que ha privado de la razon á vuestra hija y la ha arrancado de vuestra casa, vos mismo aplicareis con inflexible rigor la sangrienta ley, aunque recaiga en mi propio hijo.
Gracias, señor. Quien la robó es el moro.
¡Lástima grande!
¿Qué contestais, Otelo? ¿Qué podeis decir en propia defensa?
¿Qué ha de decir, sino confesar la verdad?
Generoso é ilustre Senado, dueños y señores mios, confieso que he robado á la hija de este anciano, y que me he casado con ella, pero ese es todo mi delito. Mi lenguaje es tosco: la vida del campo no me ha dejado aprender palabras suaves, porque desde que apenas contaba yo seis años y mis brazos iban cobrando vigor, los he empleado en las lides, y por eso sé menos del mundo que de las armas. Mala será, pues, mi defensa, y poco ha de aprovecharme; con todo eso, si me otorgais, vénia, os contaré breve y sencillamente como llegue al término de mi amor, y con qué filtros y hechicerias logré vencer à la hija de Brabancio.
¡Una niña tan tierna é inocente que de todo se ruborizaba! ¿cómo habia de enamorarse de un mons-