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EL MERCADER

alguno. Ya veis que el ofrecimiento no puede ser más generoso.

ANTONIO.

Así parece.

SYLOCK.

Venid á casa de un escribano, donde firmaréis un recibo prometiendo que si para tal dia no habeis pagado, entregaréis en cambio una libra justa de vuestra carne, cortada por mí del sitio de vuestro cuerpo que mejor me pareciere.

ANTONIO.

Me agrada el trato: le firmaré, y diré que por fin he encontrado un judío generoso.

BASANIO.

No firmarás, en ventaja mia, esa escritura; prefiero no salir nunca de mi desesperacion.

ANTONIO.

No temas que llegue el caso de cumplir semejante escritura. Dentro de dos meses, uno antes de espirar el plazo, habré reunido diez veces más de esa suma.

SYLOCK.

¡Oh, padre Abraham! ¡Qué mala gente son los cristianos! Miden á todos los demas con la vara de su mala intencion. Decidme: si Antonio dejara de pagarme en el plazo convenido, ¿qué adelantaba yo con exigirle que cumpliera el contrato? Despues de todo, una libra de carne humana vale menos que una de buey, carnero ó cabra. Creedme, que si propongo tal condicion, es sólo por ganarme su voluntad. Si os agrada, bien: si no, no me maltrates, siquiera por la buena amistad que te muestro.