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Y JULIETA.
FRAY LORENZO.

Bien haces. Luego ¿dónde estuviste?

ROMEO.

Te lo diré sin ambages. En la fiesta de nuestros enemigos los Capuletos, donde á la vez herí y fui herido. Sólo tus manos podrán sanar á uno y otro contendiente. Y con esto verás que no conservo rencor á mi adversario, puesto que intercedo por él como si fuese amigo mio.

FRAY LORENZO.

Dime con claridad el motivo de tu visita, si es que puedo ayudarte en algo.

ROMEO.

Pues te diré en dos palabras que estoy enamorado de la hija del noble Capuleto, y que ella me corresponde con igual amor. Ya está concertado todo—sólo falta que vos bendigais esta union. Luego os diré con más espacio dónde y cómo nos conocimos y nos juramos constancia eterna. Ahora lo que importa es que nos caseis al instante.

FRAY LORENZO.

¡Por vida de mi padre san Francisco! ¡Qué pronto olvidaste á Rosalía, en quien cifrabas antes tu cariño! El amor de los jóvenes nace de los ojos y no del corazón. ¡Cuánto lloraste por Rosalía! y ahora tanto amor y tanto enojo se ha disipado como el eco. Aún no ha disipado el sol los vapores de tu llanto. Aún resuenan en mis oidos tus quejas. Aún se ven en tu rostro las huellas de antiguas lágrimas. ¿No decias que era más bella y gentil que ninguna? y ahora te has mudado. ¡Y luego acusais de inconstantes á las mujeres! ¿Cómo