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ROMEO
TEOBALDO.

Sin duda es un Montesco, enemigo jurado de mi casa, que ha venido aquí para burlarse de nuestra fiesta.

CAPULETO.

¿Es Romeo?

TEOBALDO.

El infame Romeo.

CAPULETO.

No más, sobrino. Es un perfecto caballero, y todo Verona se hace lenguas de su virtud, y aunque me dieras cuantas riquezas hay en la ciudad, nunca le ofenderia en mi propia casa. Así lo pienso. Si en algo me estimas, ponle alegre semblante, que esa indignacion y esa mirada torva no cuadran bien en una fiesta.

TEOBALDO.

Cuadra, cuando se introduce en nuestra casa tan ruin huésped. ¡No lo consentiré!

CAPULETO.

Sí lo consentirás. Te lo mando. Yo sólo tengo autoridad aquí. ¡Pues no faltaba más! ¡Favor divino! ¡Maltratar á mis huéspedes dentro de mi propia casa! ¡Armar quimera con ellos, sólo por echárselas de valiente!

TEOBALDO.

Tio, esto es una afrenta para nuestro linaje.

CAPULETO.

Lejos, lejos de aquí. Eres un rapaz incorregible. Cara te va á costar la desobediencia. ¡Ea, basta ya! Manos quedas... Traed luces... Yo te haré estar quedo. ¡Pues esto sólo faltaba! ¡A bailar, niñas!