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MACBETH.
MALCOLM.

Pronto iremos á salvarlos. Inglaterra nos ayuda con diez mil hombres mandados por el valiente Suardo, el mejor caudillo de la cristiandad.

ROSS.

¡Ojalá que yo pudiera consolarme como tú, pero mis desdichas son de tal naturaleza que debo confiarlas á los vientos, y no donde las oiga nadie.

MACDUFF.

¿Es desdicha pública ó privada?

ROSS.

Todo hombre de bien debe lamentarse de ellas, pero á tí te toca la mayor parte.

MACDUFF.

Entonces no tardes en decírmela.

ROSS.

No se enojen tus oidos contra mi lengua, aunque se vea forzada á pronunciar las más horrendas palabras que nunca oiste.

MACDUFF.

¡Dios mio! Casi lo adivino.

ROSS.

Tu castillo fué saqueado: muertos tu esposa y tus hijos. No me atrevo á referirte cómo, para no añadir una más á las victimas.

MALCOLM.

¡Dios poderoso! Habla. No ocultes tu rostro. Es más tremendo el dolor que no se expresa con palabras.