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MALCOLM.


De las escrófulas. Es un milagro patente. Desde que estoy en Inglaterra, lo he visto muchas veces. No se sabe cómo logra tal favor del cielo, pero á los enfermos más desesperados, llenos de úlceras y llagas, los cura con sólo colgarles medallas del cuerpo, y pronunciar alguna devota oracion. Dicen que esta sobrenatural virtud pasa de unos á otros reyes de Inglaterra. Tiene ademas el don de profecía, y otras mil bendiciones celestes, prueba no dudosa de su santidad.

MACDUFF.

¿Quién viene?

MALCOLM.

De mi tierra es, pero no le conozco.

(Entra Ross)

.

MACDUFF.

Con bien vengas, ilustre pariente mio.

MALCOLM.

Te recuerdo. ¡Oh, Dios mio, haz que no volvamos á mirarnos como extraños!

ROSS.

Dios te oiga, señor.

MACDUFF.

¿Sigue en el mismo estado nuestra patria?

ROSS.

Oh, desdichada Escocia! Ya no es nuestra madre, sino nuestro sepulcro. Sólo quien no tenga uso de razon, puede sonreir allí. No se oyen más que suspiros y lamentos. El dolor se convierte en locura. Banquo ha muerto, sin que nadie pregunte por qué. Las almas puras se marchitan como las flores.