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MACBETH.

par todos mis temores. Veo claras tu lealtad y tu inocencia. Macbeth ha querido más de una vez engañarme con artificios parecidos, y por eso me guardo de la nimia credulidad. ¡Sea Dios juez entre nosotros! Me pongo en tus manos: me arrepiento de haber sospechado de tí, bien contra mi natural instinto, y de haberme calumniado, atribuyéndome los vicios que aborrezco más. Soy continente. Nunca he faltado á mi palabra. No he codiciado lo ajeno ni áun lo propio. No haria una traicion al mismo Lucifer, y amo la verdad tanto como la vida. Hoy es la primera vez que he faltado á ella, y eso en contra mia. Tal como soy verdaderamente, me ofrezco á tí y á nuestra Escocia oprimida... Cuando tú has llegado, el viejo Suardo preparaba una expedicion de diez mil guerreros. Todos iremos juntos. ¡Dios nos proteja, pues tan santa y justa es nuestra causa! Dí, ¿por qué callas?

MACDUFF.

¿Y quién no queda absorto al ver unidos tan faustos y tan infelices sucesos?

(Entra un médico.)
MALCOLM.

Ya hablaremos. (Al Doctor.) ¿Viene el Rey?

DOCTOR.

Ya le espera un tropel de enfermos, que aguarda de sus manos la salud. Él los cura con el tacto de sus benditas manos.

MALCOLM.

Gracias, doctor.

MACDUFF.

¿Y de qué enfermedad cura el Rey?