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MACBETH.
MACDUFF.

La lujuria es viento de estío, pero la codicia echa raíces mucho más profundas en el alma. Ella ha sido la espada matadora de muchos reyes nuestros. Pero no importa. Los tesoros de Escocia han de colmar tu deseo. Si no tienes otros vicios que esos, aún son tolerables.

MALCOLM.

Es que no tengo ninguna cualidad buena. No conozco, ni áun de lejos, la justicia, la templanza, la serenidad, la constancia, la clemencia, el valor, la firmeza en los propósitos, la generosidad. No hay vicio alguno de que yo carezca. Si yo llegara á reinar, echaria al infierno la miel de la concordia, y asolaria y confundiria el orbe entero.

MACDUFF.

¡Ay desdichada Escocia!

MALCOLM.

Así soy. Dí si me crees digno de reinar.

MACDUFF.

No, ni tampoco de vivir sobre la tierra. ¡Pobre patria mia, vil despojo de un tirano que mancha en sangre el cetro que usurpó! ¿Cómo restaurar tu antigua gloria, si el vástago de tus reyes está maldiciendo de sí mismo, y de todo su linaje? Tu padre, señor, era un santo: tu madre vivia muerta para el mundo, y pasaba de hinojos y en oración el dia. Adios, señor. Los vicios de que hablais me arrojan de Escocia. Muerta está mi última esperanza.

MALCOLM.

No... muerta no... Esa noble indignacion que muestras, es un grito de tu alma generosa, y viene á disi-

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