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MACBETH.

que vuestro saber penetra tanto: ¿reinarán los hijos de Banquo?

LAS BRUJAS.

Nunca podrás averiguarlo.

MACBETH.

Decídmelo. Os conjuro de nuevo y os maldeciré, si no me lo revelais. Pero ¿por qué cae en tierra la caldera?... ¿Qué ruido siento?

LAS BRUJAS.

Mira.—¡Sombras, pasad rápidas, atormentando su corazon y sus oidos!

(Pasan ocho reyes, el último de ellos con un espejo en la mano. Despues la sombra de Banquo.)

MACBETH.

¡Cómo te asemejas á Banquo!... Apártate de mí... Tu corona quema mis ojos... Y todos pasais coronados... ¿Por qué tal espectáculo, malditas viejas?... Tambien el tercero... Y el cuarto... ¡Saltad de vuestras órbitas, ojos mios!... ¿Cuándo, cuándo dejareis de pasar?... Aún viene otro... el séptimo... ¿Por qué no me vuelvo ciego?... Y luego el octavo... Y trae un espejo, en que me muestra otros tantos reyes, y algunos con doble corona y triple cetro... Espantosa vision... Ahora lo entiendo todo... Banquo, pálido por la reciente herida, me dice sonriéndose que son de su raza esos monarcas... Decidme, ¿es verdad lo que miro?

LAS BRUJAS.

Verdad es, pero ¿á qué tu espanto?... Venid, alegraos, ya se pierde en los aires el canto del conjuro: gozad en misteriosa danza: hagamos al Rey el debido homenaje. (Danzan y desaparecen.)