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MACBETH.
DUNCAN.

¡Bravo caballero, ornamento de mi linaje!

ESCUDERO.

Así como el sol de la mañana produce á veces tempestad y torbellinos, así de esta victoria resultaron nuevos peligros. Óyeme, Rey. Cuando el valor, brazo de la justicia, habia logrado ahuyentar á aquella muchedumbre allegadiza, hé aquí que se rehace el de Noruega, y arroja nuevos campeones á la lid.

DUNCAN.

¿Y entonces no se desalentaron Macheth y Banquo?

SARGENTO.

¡Desalentarse! ¡Bueno es eso! Como el águila viendo gorriones, ó el león liebres. Son cañones de doble carga. Con tal ímpetu menudearon sus golpes sobre los contrarios, que pensé que querían reproducir el sacrificio del Calvario. Pero estoy perdiendo sangre, y necesito curar mis heridas.

DUNCAN.

Tan nobles son como tus palabras. Buscad un cirujano. ¿Pero quién viene?

MALCOLM.

El señor de Ross.

LÉNNOX.

Grande es la ansiedad que su rostro manifiesta. Debe ser portador de grandes nuevas.

(Entra Ross.)
ROSS.

¡Salud al Rey!