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DE VENECIA.
LORENZO.

Todavía no, ni hay noticia suya. Vamos á casa, amiga, á hacer los preparativos para recibir al ama como ella merece. (Sale Lanzarote.)

LANZAROTE.

¡Hola, ea!

LORENZO.

¿Quién?

LANZAROTE.

¿Habéis visto á Lorenzo ó á la mujer de Lorenzo?

LORENZO.

No grites. Aquí estamos.

LANZAROTE.

¿Dónde?

LORENZO.

Aquí.

LANZAROTE.

Decidle que aquí viene un nuncio de su amo, cargado de buenas noticias. Mi amo llegará al amanecer.

(Se va.)
LORENZO.

Vamos á casa, amada mia, á esperarlos. ¿Pero ya para qué es entrar? Estéban, te suplico que vayas á anunciar la venida del ama, y mandes á los músicos salir al jardín. (Se va Estéban.) ¡Qué mansamente resbalan los rayos de la luna sobre el césped! Recostémonos en él: prestemos atento oido á esa música suavísima, compañera de la soledad y del silencio. Siéntate, Jéssica: mira la bóveda celeste tachonada de astros de oro. Ni áun el más pequeño deja de imitar en su armonioso movimiento el canto de los ángeles, uniendo su voz al coro de los querubines. Tal es la ar-