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DE VENECIA.
PÓRCIA.

Apercibid el pecho, Antonio.

SYLOCK.

Sí, sí, ese es el contrato. ¿No es verdad, sabio juez? ¿No dice que ha de ser cerca del corazon?

PÓRCIA.

Verdad es. ¿Teneis una balanza para pesar la carne?

SYLOCK.

Aquí la tengo.

PÓRCIA.

Traed un cirujano que restañe las heridas, Sylock, porque corre peligro de desangrarse.

SYLOCK.

¿Dice eso la escritura?

PÓRCIA.

No entra en el contrato, pero debeis hacerlo como obra de caridad.

SYLOCK.

No lo veo aquí: la escritura no lo dice.

PÓRCIA.

¿Teneis algo que alegar, Antonio?

ANTONIO.

Casi nada. Dispuesto estoy á todo y armado de valor. Dame la mano, Basanio. Adios, amigo. No te duelas de que he perecido por salvarte. La fortuna se ha mostrado conmigo más clemente de lo que acostumbra. Suele dejar que el infeliz sobreviva á la pérdida de su fortuna y contemplar con torvos ojos su desdicha y pobreza, pero á mí me ha libertado de esa mi-