Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/90

Esta página no ha sido corregida
— 88 —

Horacio tomó el potrillo de la oreja, le dió unos zamarreones.

—Cuando querrah'ermano.

Con sigilo me acerqué, puse el pie en el estribo y "bolié la pierna", tratando de no despertar demasiado pronto las cosquillas del cabrunito.

Las bromas me ponían nervioso. ¿Para dónde iría a salir el petizo? ¿Cómo prevendría yo el primer movimiento?

Había que concluir de una vez y, tomando mi coraje a dos manos, después de haberme acomodado del modo que juzgué más eficiente, dí la voz de mando.

—Larguelón no más!

El petizo no se movió. Por mi parte, no veía muy claro. Delante mío adivinaba un cogote flacucho, ridículo, un poco torcido. Al mismo tiempo noté que mis manos sudaban y tuve miedo de no poderme afirmar en las riendas.

—Pa cuándo?

preguntó detrás mío una voz que no supe a quién atribuir.

Como una vergüenza, peor que un golpe, sentí el ridículo de mi espera y al azar solté por la cabeza del petizo un rebencazo. Experimenté un doloroso tirón en las rodillas y desapareció para mí toda noción de equilibrio. Para mal de mis