La conversación se hacía a gritos, mientras, uno de aquí, otro de allá, menudeábamos porrazos a los rezagados que marcaban un intento de escapar para la querencia.
83—Vez pasada contó Pedro cuando juimos de viaje pa Las Heras, ¿te acordah' Oracio?, lo llevábamos de bisoño a Venero Luna. Hubieran visto la bulla que metía este cristiano. Puro floriarse entre el animalaje. Tenía una garganta como trompa e línea y dele pacá, dele payá, les gritaba: "Ajuera guay, ajuera guay". Pero, cuando llevábamos cinco días de arreo, al hombre se le jueron bajando los humos. A la llegada, ya casi ni se movía. "Era ey, era ey", decía como si estuviese rezando y estaba de flaco y sumido que me daban ganas de atarlo a los tientos.
— —Sí, acentuaba gravemente Valerio empezar, toditos somos güenos.
pa Y quedaron, un momento, saboreando aquella gloria de sus cuerpos resistentes. ¿Qué muchacho no ha probado el oficio? Sin embargo, no abundaban los hombres siempre dispuestos a emprender las duras marchas, tanto en invierno como en verano, sufriendo sin quejas ni desmayos la brutalidad del sol, la mojadura de las lluvias, el