De un movimiento coincidente salimos sin necesidad de ser mandados. Las espuelas resonaron en coro, trazando en el suelo sus puntos suspensivos. La noche empezaba a desmayarse.
En el palenque tomamos cada cual su caballo y salimos tranqueando por la playa.
—Goyo — dijo Valerio — andá sacando los caballos...; nosotros vamoh'a buscar la tropa... Vos, muchacho, seguilo a Goyo. Ya es güeno que nos movamos.
Por primera vez el capataz daba una orden y esto era como un paréntesis abierto para el arreo.
Valerio, Horacio y Barrales galoparon hacia un potrero cercano, en que se veía confusamente el bulto de los novillos echados. Goyo y yo abrimos la tranquera del corral, dejando salir las tropillas que pronto hicieron familia, cada cual con su madrina, cuyo cencerro les sirve de voluntad.
—Abriles la puerta del potrero grande y quedate adelante pa que no disparen.
Había empezado mi trabajo y con él un gran orgullo: orgullo de dar cumplimiento al más macho de los oficios.
Primero tuve que espolear mi petizo y correr de un punto a otro, para sujetar los ímpetus li-