Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/76

Esta página ha sido corregida
— 74 —

—Ahá, el arriador.

—¿Cuál?

—El cabo'e plata.

—Está en el cuarto contra el baúl.

—Vi a alzarlo.

—¿No matiamos?

—Aurita.

Mientras Goyo buscaba su arriador, ensillé chiflando mi petizo que dormitaba, gachas las orejas, resoplando a intervalos con disgusto.

Cuando entré a la cocina, estaban ya acompañando a Goyo, Pedro Barrales y Don Segundo.

—Güenos días.

—Güenos días.

Horacio entró descoyuntándose a desperezos.

—Te vah'a quebrar — rió Goyo.

—¿Quebrar?... Ni una arruguita le vi a dejar al cuerpo.

Silencioso, Valerio transpuso el umbral, dirigiéndose a un rincón, donde en cuclillas se calzó un brillante par de lloronas de plata. Después rodeamos el fogón y el mate comenzó a hacer sus visitas.

Cada cual vivía para sí y mi alegría de pronto se hizo grave, contenida. Un extraño nos hubiese creído apesadumbrados por una desgracia.