Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/71

Esta página ha sido corregida
— 69 —

sentido que yo. Por el pañuelito rojo que llevaba atado en la cabeza y el vestido claro, reconocí a la chinita de hoy.

Sin preguntarme con qué objeto, me puse a correr tras aquella grácil silueta, escondiéndome en las orillas del maizal.

Advertida por mis pasos, se dió vuelta de pronto y habiéndome reconocido, rió con todo el brillo de sus dientes de morena y de sus ojos anchos.

Yo nunca había tenido miedo sino delante de mujeres grandes, por temor a las burlas de quienes estaban acostumbradas a juguetes más serios, pero esa vez me sentí preso de una exaltación incómoda.

Para vencerme, pregunté imperativamente:

—¿Cómo te llamás?

—Me llamo Aurora.

Su alegría y la malicia de sus ojos disiparon mi timidez.

—¿Y no tenés miedo que te muerda algún tigre, andando ansí solita por el maizal?

—Aquí no hay tigres.

Su sonrisa se hizo más maliciosa. Su pequeño busto se irguió con orgullo y provocación.

—Puede venir uno de pajuera — apoyé significativamente.