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casas principales a jugar una partida de bochas, en la cancha que había bajo un despejado plantío de moreras.

Los más viejos protestaban diciendo que ya no había corridas de sortija, ni carreras, ni "entretención" alguna. Medio dormido me acomodé en un rincón, cerca de un grupo formado por Don Segundo, Valerio y Goyo, que quería aprender el oficio, y escuchaba en lo posible los comentarios del trabajo brutal, lleno de sutilezas y mañas.

Atento a las lecciones, me hamacaba hacia atrás sobre mi pequeño banco con maquinal vaivén de cuna. Poco a poco las voces fueron siendo como pensamientos confusos del fogón en vías de apagarse y sentía muy patente un pie, porque lo tenía pisado con el otro.

Aquella presión de la alpargata me era agradable y al imprimir a mi banco su lento balanceo, mi empeine sufría con placer el áspero contacto de la tosca suela de soga.

Mis tías me hubieran reñido seguramente por tan curioso entretenimiento, pero estaban tan lejos, tan lejos, que apenas oía sus veces sumidas en un rezo, singularmente grave... ¿por qué tenían mis tías esa voz de cura?...