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—¿P'adonde vas a ir?

—P'allá — contesté estirando la mano al azar.

El inglés me miró con una sonrisa bonachona.

—¿Sos bien mandao?

—Sí, señor.

—¿Usted lo conoce, Goyo?

—Algo, Don Jeremías.

—Muy bien. Después de la siesta dele el petizo Sapo. Que ate el carrito'e pértigo y vaya sacando esa paja'e los pesebres y la eche en los zanjones de la puerta blanca.

—Sí, señor.

Para ganarle el "lao de las casas" al "mayor", me acerqué a su caballo, le bajé el recado, dándole vuelta las matras para que se orearan y pregunté a Goyo dónde debía largarlo.

—En aquel potrerito donde está la cebada.

El inglés me miró sonriendo mientras me dirigía a la bebida llevando su caballo.

—¿Con bozal o sin bozal? — pregunté a Goyo.

—Sin bozal.

No puedo decir mi alegría cuando en la mesa ya flanqueada de veinte hombres, tomé lugar entre Goyo y un gringuito viejo que cuidaba la quinta.