Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/364

Esta página no ha sido corregida
— 362 —

en lo familiar de sus actitudes. Un rato ignoré si vela o evocaba. Sabía cómo levantaría el rebenque, abriendo un poco la mano, y cómo echaría el cuerpo, iniciando el envión del galope. Así fué. El trote de transición le sacudió el cuerpo como una alegría. Y fué el compás conocido de los cascos trillando distancia: galopar es reducir lejanía. Llogar no, es, para un resero, más que un pretexto de partir.

Por el camino, que fingía un arroyo de tierra, caballo y jinete repecharon la loma, difundidos en el cardal. Un momento la silueta doble se perfiló nítida sobre el cielo, sesgado por un verdoso rayo de atardecer. Aquello que se alejaba era más una idea que un hombre. Y bruscamente desapareció, quedando mi meditación separada de su motivo.

Me dije: "ahora va a bajar por el lado de la cañada. Recién cuando cruce el río, lo veré asomar en el segundo repecho". El anochecer vencía lento, seguro, como quien no está turbado por un resultado dudoso. Unas nubes tenues hacían largas estrías de luz.

La silueta reducida de mi padrino apareció en la lomada. Pensé que era muy pronto. Sin embargo era él, lo sentía porque a pesar de la distancia no estaba lejos. Mi vista se ceñía enérgica-