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¿Quién es más dueño de la pampa que un resero?

Me sugería una sonrisa el solo hecho de pensar en tantos dueños de estancia, metidos en sus casas, corridos siempre por el frío o por el calor, asustados por cualquier peligro que les impusiera un caballo arisco, un toro embravecido o una tormenta de viento fuerte. Dueños de qué? Algunos parches de campo figurarían como suyos en los planos, pero la pampa de Dios había sido bien mía, pues sus cosas me fueron amigas por derecho de fuerza y baquía.

Está visto que en mi vida, el agua es como un espejo en que desfilan las imágenes del pasado.

A orillas de un arroyo resumí antaño mi niñez.

Dando de beber a mi caballo en la picada de un río, revisé cinco años de andanzas gauchas. Por último, sentado sobre la pequeña barranca de una laguna, en mis posesiones, consultaba mentalmente mi diario de patrón.

Si al recibir mi campo de manos de Don Leandro, hubiera seguido mi sentir, andaría aún dejando el rastro de mi tropilla por tierras de eterna novedad. Dos cosas me decidieron entonces a cambiar de parecer: los consejos de mi tutor, apoyados en claras razones, y el refuerzo que de és tos me llegaban por boca de mi padrino. Más só-