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rro overo me husmeaba las botas. Yo tenía el chambergo en la mano y estaba contento, pero triste. Por qué? Me habían sucedido cosas extraordinarias y sentía casi como si fuera otro..., otro que había ganado algo grande e indefinido, pero que tenía asimismo una sensación de muerte.

—Te irás de aquí cuando quieras y no antes — siguió la voz. Allá te espera tu estancia y, cuando me necesités, estaré cerca tuyo...

Dando la conversación por terminada, Don Leandro llamó hacia el lado de la cocina de los peones:

<—3511 —Raucho!

Me sentía bien a pesar de mi crisis moral. Tenía una extraña sensación de existencia nueva.

Un muchachote, vestido a lo paisano, vino y se paró a mi lado. Don Leandro le ordenó:

—Llévelo a este mozo a que largue su caballo y muéstrele su cuarto y acompáñelo en lo que necesite y a ver si se hacen amigos.

—Stá bien padre.

Mientras íbamos caminando para el lado del palenque, miré a mi futuro amigo. Era más grande que yo, aunque no acusara más edad; parecía curtido por la vida de campo; me daba una impresión de fortaleza, de confianza en sí mismo y de alegre