Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/350

Esta página no ha sido corregida
— 348 —

Los copetudos, que tantas veces divertí con mis audacias de chico perdido, se mostraron más cariñosos que nunca y colegí que algunos me miraban, como si me vieran la cara remendada con patacones.

Juré que ni el peluquero me cortaría el pelo, ni el platero me vendería un pasador, ni los copetudos me pagarían una copa. Por otra parte, hacía años les había hecho la cruz y me quedaría en mis veinte.

A mediodía, comimos con Don Segundo en "La Blanqueada", donde menudearon las bromas y los recuerdos los proyectos. Don Pedro era por cierto el pulpero más gaucho del mundo y, antes que hablarme de riquezas, me hizo mil preguntas sobre mi larga ausencia, queriendo saber si me había hecho jinete, qué tal era para el lazo, cuántas mudanzas de malambo había aprendido y si sabía descarnar bien las botas de potro.

De paso, me robó una tabaquerita bordada que llevaba en el bolsillo de la blusa y, después de concluir de comer, se fué a atender su negocio, sin más cumplimiento que el de pedirnos disculpas por no tener dependiente en el despacho.

Un rato más tarde, tomábamos el callejón, rumbo a lo de Galván.