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Concluí de ensillar. El sol salía. Fuimos a la cocina a tomar unos verdes. Todo eso nada importaba.

Cuando silenciosos, desde hacía un rato, chupábamos por turno la bombilla, dije como para mí:

—Así que aura galopiamos hasta lo de Don Leandro Galván. Allí me saluda la gente como a un recién nacido. Después me entregan mis bienes y mi plata... ¿no eh'así?

Sin comprender bien a dónde iba a parar con mi discurso, Pedro asintió:

—Así es.

— Más tarde me hago cargo del establecimiento; me cambeo de ropa pa vestirme como un señor; dentro a mandar a la gente y me hago servir como un manate... ¿no eh'así?

—Ahá.

—Y eso quiere decir que ya no soy un gaucho ¿verdá?

Mi padrino me miró fijo. Por primera vez me parecía verlo sorprendido de verdad, o tal vez curioso.

—¿Qué más te da?

interrogó.

—Cierto es... ¿qué más me da?...

1 Pero yo hubiera desiao más bien que los caranchos me hicieran picadillo las carnes... o entregar la osamen-