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brando una serie de dolorosas coyunturas que me unían al mundo. En la misma charla de los tres hombres, me sentía ajeno.

Algo incomprensible pesaba sobre mi entendimiento.

Mi noche fué una sucesión de pesadillas y pensamientos, que siempre orilleaban las mismas imágenes de llegada a lo de Don Leandro, de rechazo de mis mal heredados bienes, de huída. Cansado en mis ideas, daba vuelta a la misma matraca, rompiéndome los oídos con su bullanga, sin ver salida útil a tales desvaríos.

La madrugada me encontró flojo como una lonja mojada. Me levanté, por dejar de sufrir sobre el recado, y empecé a ensillar para irme, con la sensación de que dejaba el alma por detrás, perdida campo afuera.

Don Segundo y Pedro también ensillaban. Hacíamos los mismos ademanes y, sin embargo, éramos distintos. ¿Distintos?¿Por qué? De pronto había encontrado, en esa comparación, el fondo de mi tristeza: "Yo había dejado de ser un gaucho". Esa idea dejó mi pensamiento inmóvil.

Concretaba en palabras mi angustia y por esas palabras me sentía sujeto al centro de mi dolor.