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No al ñudo te has criao como la biznaga.

Resueltos así mis primeros pleitos, correspondientes a la situación que una vida nueva me creaba, me propuse callar con empeño a fin de pensar.

Pero ¡qué pensar! ¿Acaso era dueño de la tropelía que me arrebataba el juicio con variados disparates, tan pronto aparecidos como reemplazados por otros? No encontraba, en mí, razón ni palabra. Imágenes eran las que saltaban ante mi esfuerzo, con increíble rapidez. Me veía frente a Don Leandro, rehusando con altanería mi herencia. "Si en vida del finao decía yo — no ha sabido reconocerme como hijo, yo aura lo desconozco como padre". Me encontraba en mis posesiones con un hombre de ley, dictándole mis propósitos de hacer picadillo de aquellas tierras, para repartirlas entre el pobrerío. Me imaginaba disparando de mi nueva situación, como Martín Fierro ante la partida... ¿Qué diablos iba a sacar en limpio de todo ese bochinche?

Gracias a Dios, me cansé de tales ejercicios. Entonces mis ojos cayeron sobre el tuse de mi caballo. Del tuse pasé al cogote tranquilo del animal, distraído en su tranco. Del cogote a las orejas, atentas a no sé qué ruido; detrás de las orejas miré el fiador del bozal, las cabezadas; después el re-