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—Despacio muchacho interrumpió mi padrinodespacio. Tu padre ni andaba de florcita con las mozas, ni faltaba de vergüenza.

Tu padre era un hombre rico como todos los ricos y no había más mal en él. Y no tengo otra cosa que decirte, sino que te queda mucho por aprender y, sin ayuda de naides, sabrás como verdá lo que aura te digo.

—Y mi mama?

—Como la finada mi madre, ánima bendita.

No pregunté más nada, pues me pareció, que con lo dicho, mi madre no podía ser sino una mujer digna de admiración. En cuanto a mi padre, no había más mal en el que el de haber sido rico.

¿Qué mal era ese? ¿Quería decir mi padrino que yo por mí mismo, con la nueva situación que me esperaba, conocería ese mal? ¿Había un desprecio en su augurio?

De pronto, como si me recuperara, me dió vergüenza haber cedido a mis dudas infantiles y resolví callarme. Más vergüenza me dió pensar que Pedro me miraba ya como a un extraño y recordar su tratamiento de “usté", volvió a hacerme perder los estribos.

—¿Y vos le dije, arrimando mi caballo al suyo — no tenés más que hacer que tratarme de