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1 Salimos de barro hasta los ojos. Cinco vacunos agonizaban en el fondo oscuro.

Mientras reanudábamos la marcha, se mandó un chasqui para el pueblo, a fin de que viera al carnicero y le ofreciera en venta, por lo que quisiera pagar, las reses quebradas. El mismo chasqui debía a su vez mandar un hombre al patrón, dándole parte del incidente. Como el pueblo quedaba cerca de la estancia, muy pronto el patrón sabría los detalles.

Obligados por la bravura de la hacienda, alborotada con la tormenta, tuvimos que rondar por cuartos. La noche seguía calurosa y pesada. Nada en bien nos había valido el aguacero bruto, los rayos y los remolinos de viento.

Una madrugada barcina nos permitió seguir la huella, entre vahos de humedad, después que el capataz hubo contado sus animales. En el día, no paramos más que para el almuerzo, la comida y la cena. Acobardados por la infeliz salida, íbamos todos de mal talante y, como los animales porfiaran, siempre rebeldes, les dimos camino hasta hartarlos, a ver si en algo se sosegaban.

Otra vez rondamos.

Aparte de las preocupaciones generales, yo tenía las mías. Llevaba sólo tres caballos mansos: