Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/330

Esta página no ha sido corregida
— 328 —

ba adelante. Cayó sobre el costillar derecho, apretándome un poco la pierna contra un gran terrón de la barranca. Se afirmaba afanoso en la punta de los vasos. Volvía a veces para atrás, patinando sobre el anca. Se iba de hocico. Se tendía, todo voluntad, hacia arriba, donde al fin llegamos.

A todo esto, la tormenta había pasado como un vuelo de halcón sobre un gallinero.

Pudimos más o menos vernos y juntar, a duras penas, los novillos dispersos. Dí parte al capataz de mi encuentro en el fondo del zanjón. Si había pisado un novillo, tenía motivos para presumir que otros se hallaban, allí, caídos de manera tal que no podían salir. Así era; y con excepción de los que quedaban guerreando con la tropa, bajamos todos a lo hondo de la grieta, donde forcejeamos a lazo y hasta a mano, para enderezar a los caídos y cuartear a los embarrancados. En un barro machucado por el pisoteo, los mancarrones pisaban en falso, buscando los desniveles apropiados para apoyar sus vasaduras; y había que saber abrirse a tiempo en la caída y la costalada, en las que, al menor descuido, se deja un hueso, en una quebradura que suena como gajo que se astilla dentro de una bolsa.