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cientos novillos, que un estanciero mandaba a corrales. Según la gente baqueana de aquellos caminos, teníamos para doce días de marcha, poniendo a nuestro favor el buen tiempo y la buena salud de la tropa.

Salimos al atardecer de un día por demás caliente y tormentoso. De ensillar no más sudábamos, y no había cosa en el campo que no esperara uno de esos chaparrones, que primero lo apampan a uno por su violencia, para después dejarlo derechito como un pastizal naciente.

Ya, antes de salir, dos aguaceros nos castigaron de soslayo, muy de paso, dejando la tierra fofa de los callejones, corrales y limpiones, como con sarpullido. Lo grueso de la tormenta nos esperaba, sin embargo, agazapada en nubes, hecha montón para el lado del Sur. Como podía refrescar fuerte, nos preparamos una actitud de resistencia ante el posible viaje bravo.

Después de cenar, entrada ya la noche, de un momento de calor pesado, salió un viento fuerte.

Hacía rato ya, los refusilos grietaban las nubes renegridas del horizonte Sur. La hacienda nerviosa, se iba asustando por grados. La mancarronada relinchaba con desasosiego y, nosotros mismos, sentíamos la desazón del tiempo como nues-