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dor, respondiendo a las bromas de los que pronostican un golpe, entendiendo con ello que a todo hay un límite y que, al fin y al cabo, el poder está en no asustarse ante él. "De la muerte no voy a pasar", parecía ser el pensamiento de mi padrino, "y la muerte ni me asusta, ni me encuentra arisco".

Cuando todos estaban de ida hacia la muerte, él venía de vuelta. El dolor, según aprecié más de una vez, era como su pan de cada día, y sólo la imposibilidad de mover algún miembro herido o olpeado, le sugería una protesta. "La osamenta", como solía llamar a su cuerpo, no debía "desnegarse" al empleo que se le quisiera dar.

Pero todos esos pensamientos míos, no pasaban de ser más que conjeturas. Verdad era su absoluta indiferencia ante los hechos, a quienes oponía comentarios irónicos.

¡Quién fuera como él! Yo sufría por todo, como un agua sensible al declive, al viento, al sol y a la hojita del sauce llorón que le tajea el lomo. Y también tenía mis mojarras en la cabeza, que a veces coleaban haciéndome sonar la orillita del alma.

Siguiendo el hilo de los hechos, diré que una semana anduvimos sin trabajo. Al cabo de ella, nos conchabaron para peones de un arreo de seis-