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a degollarlo? ¿Y si Paula acepta mis amores? Y allá más lejos, ¿si no paso por una encrucijada de callejones, en mi pueblo, al mismo tiempo que Don Segundo?

¡Suerte, suerte! ¡No hay más que mirarte en la cara y aceptarte linda o fea, como se te dé la gana venir!

Por su bien, el resero tiene la vida demasiado cerca para poder perderse en cavilaciones de índole acobardadora. La necesidad de luchar continuamente, no le da tiempo para atardarse en derrotas; o sigue, o afloja del todo, cuando ya ni un poco de poder le queda para encarar la vida. Dejarse ablandar por una pasajera amargura, lo expone a tomar el gran trago de todo cimarrón que se acoquina: La muerte. Una medida grande de fe le es necesaria, en cada momento, y tiene que sacarla de adentro, cueste lo que cueste, porque la pampa es un callejón sin salida para el flojo. Ley del fuerte, es quedarse con la suya o irse definitivamente.

¿Por qué, sino por una absoluta confianza, era tan tranquilo mi padrino en las peores emergencias? Sin inmutarse, por darla de antemano toda perdida, sonreía con razón ante las dificultades.

"Del suelo no voy a pasar", suele decir el doma-