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por —Y por hembras, señor decía otro una hembra, que yo he conocido y que era una perra como dijo el mocito..., y después de añazos tal vez. Pero, qué quiere, es el destino y ese hombre traiba el empeño de que se cumpliera.

El muerto quedaba allí, de testigo, con los ojos abiertos y el cuerpo ya sin necesidades. Le echaron encima una cobija vieja, para que no lo aquerezaran las moscas.

A las cansadas, cayó la policía con un médico, que avanzó hacia el finado y lo descubrió ante nosotros y los dos "latones" que lo acompañaban.

Después de revisarlo, el de ciencia dijo palabras que guardé en mi memoria y cuyo significado cabal sólo supe años después:

—¡Qué puñalada! cuando yo era practicante, y no fuí débil, sudaba media hora para abrir así un tórax.

El pulpero malo no había salido.

Dejamos a los hombres de aquella escena preparar los primitivos medios de transportar el cadáver, y nos despedimos.