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cón tenía un tajo desde el bigote hasta la oreja.

Antenor reculaba, dando por concluída la reyerta.

Unos apartadores quisieron intervenirdijo el forastero — uno de los —Ladeensén dos ha de quedar.

Antenor dejó de buscar la carreta, donde se había dado el lujo de pelear a pie firme. Listo sobre las piernas, parecía dispuesto a concluir con furia la pelea que comenzó por fuerza.

No tardó mucho., Un encontrón y vimos al forastero levantado hasta la misma altura de Antenor, para ser tirado de espalda como un trapo.

Se acabó. Lo levantamos para sentarlo en el suelo, con las espaldas apoyadas contra la pared de la pulpería. Se desangraba por el pecho a borbollones.

Hicimos un arco de expectativa en torno suyo.

Con inútil angustia presenciábamos el inevitable avance de la muerte, que en cada inspiración se le entraba en el cuerpo, para expulsar la vida en un chorro de sangre y de calor. Un momento se detuvo el baldeo trágico. El moribundo, terroso de haberse vaciado en aquel espasmo, alcanzó a decir muy bajo:

—Aura va a venir la policía a buscarlo a ese