ra, Don Segundo alegó compromisos de amistad y golpeó en la puerta pequeña. Yo pasé detrás.
Un chico nos dijo, mirándonos asombrado por tanto atrevimiento:
—Voy a avisarle al Tata.
Se apareció el Tata, con una cara de Juicio Final, y ni contestó el saludo.
—Ustedes qué quieren?
preguntó con voz de toro.
Don Segundo avanzó hacia aquella fiera y, sin quitarle la vista de los ojos, que el otro tenía brillantes y lacrimosos, le dijo con su burlona cortesía:
—Yo quisiera una caña.
Con una frente de topazo, el pulpero largó su ofensa:
—De cual? ¿De esa que toma la gente?
Don Segundo me miró divertido y acercándose, hasta ponerse casi pecho a pecho con el matón, lo corrigió sonriente, como si rectificara un simple error:
—No, no, deme de esa que toma usté no más.
Fué suficiente. El pulpero de "mala bebida", guardó para mejor ocasión sus compadradas y nos sirvió dos copas. Don Segundo, siempre cortés, impuso :
-