Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/302

Esta página no ha sido corregida
— 300 —

patrón, a caballo entre nosotros, no nos perdía pisada, ni desperdiciaba ocasión de ayudarnos con alguna broma. ¿Cómo sería él para un apuro?

me preguntaba en mis adentros.

¡Qué susto tenía cuando ensillé el primero! Las piernas se me escapaban de abajo del cuerpo y me atoraba con los detalles, que por suerte eran todos previstos por mi padrino.

El más viejo de los hombres que nos ayudaban, montado en un tostado retacón, enlazaba los potros que nosotros volteábamos de un pial, para embozalarlos y enriendarlos en el suelo. Después los embramábamos en un palo, con dos o tres vueltas de maneador, y les poníamos los cueros. Por mi parte, no perdía los potros de vista, espiando indicios que pudieran anunciarme algún peligro:

¿Sería flojo de cincha, se me bolearía? Entretanto, mientras ensillaba, tenía que cuidarme de coceadas, manotones, abalanzos y caídas.

Todo está en comenzar bien, porque muy luego el optimismo crece y uno amaña con mayor empeño, siempre que no se quiera sobrar.

—No los busquen había dicho el patrón pero, al que corcovee, ¡ leña hasta que afloje!

¿Por qué entonces había de buscarlo al clines blancas, que me tocó de estreno? Lo dejé correr, -