Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/300

Esta página no ha sido corregida
— 298 —

tíamos en la blandura de los correones, las riendas y la lonja del rebenque, más floja que moco de pavo.

Pero ¡qué descanso más lindo el de esa noche, y qué gusto moverse en el aire grande que nos caía de todos lados en el cuerpo, como cariño!

Allí íbamos, siempre por el callejón o cortando campo, a la cola de nuestros pingos, acostumbrados a curiosear novedades con las orejas paradas.

Llegamos, después de cuatro días de marcha, a una estancia nueva.

La arboleda tierna asomaba apenas unas varas del suelo y las casas blanqueadas, frescas, parecían grandes con su mirador pretencioso y sus caminos y canteros, lucientes como ropa de Domingo.

El patrón era joven. Andaba bien montado y su trato con el paisanaje daba confianza.

Nos dijo que tenía unos potros bayos, por si queríamos darles los primeros galopes, y que siendo doce, regalaba dos por la amansadura.

Antes de que mi padrino tomara cartas en el asunto, me ofrecí para la changa. ¡Qué diablos!

Era fuerte y me tenía fe. Ya mis primeras pruebas estaban hechas y, aunque sería ese mi estreno de domador, me sacudiría el polvo sobre los bas-