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bre el yunque y, con un martillo, se arrastró a pegarle con todita el alma, hasta que la camise"ta se le empapó de sudor.

"Entonces, se refrescó, se mudó y salió a pasiar "por el pueblo.

"¡Bien haiga, viejito sagás! Todos los días, co"locaba la tabaquera sobre el yunque y le pega"ba tamaña paliza, hasta empapar la camiseta, pa después salir a pasiar por el pueblo.

66 66 66 "Y así se jueron los años.

66 "Y resultó que ya en el pueblo, no hubo peleas, "ni plaitos, ni alegaciones. Los maridos no las castigaban a las mujeres, ni las madres a los chicos. Tíos, primos y entenaos se entendían como "Dios manda; no salía la viuda, ni el chancho; no se veían luces malas y los enfermos sanaron todos; los viejos no acababan de morirse y hasta "los perros jueron virtuosos. Los vecinos se en"tendían bien, los baguales no corcoviaban más que de alegría y todo andaba como reló de rico.

Qué, si ni había que baldiar los pozos porque "toda agua era güena".

—¡Ahahá!

apoyé alegremente.

—Sí — arguyó mi padrino <— no te me andeh'apurando.

"Ansina como no hay caminos sin repechos, no 66 66 66 291-