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—Le doy desquite de los cien.

—Pago.

Ya el corredor del alazán había convidado dos veces, sin resultado, y llevaban seis partidas. Se veía que el del mano blanca quería salir de atrás para rebalsarlo. El del alazán, muy confiado, reía. Ambos parecían decididos a hacer efectiva la carrera cuanto antes.

Se vinieron juntos. En un abalanzo, el alazán descontó distancia. "¡Vamos!", convidó su corredor, soliviándolo en la boca. De atrás, el mano blanca lo alcanzaba. La partida lo iba a favorecer. Imprudentemente, o tal vez por sobra de confianza, el del alazán volvió a convidar:

—¿Vamos?

—¡¡Vamos!!

El mano blanca tomó ventaja, como de medio cuerpo.

—¡Ahá!

rió el del alazán y, cediendo rienda, adelantando el cuerpo, se apareó al contrario, lo venció, le hizo tragar tierra, le sacó dos cuerpos, tres... ¡qué sé yo! El del mano blanca levantó su caballo a media carrera.

—¡Buena porquería el mentao de los Cárdenas!

— grité.

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