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cha. Alcanzamos a ver que los dos corredores castigaban. Esperábamos el grito que anuncia el resultado; ese grito que viene saltando de boca en boca, haciendo, de vuelta la cancha, en la décima parte de tiempo que los caballos.

—¡¡Puesta!! oímos.

¡Puesta! ¡No se pagan las jugadas!

Pero ni bien quiso entablarse el obligatorio comentario, vino la contravoz, dando el fallo verdadero:

— <—270— ¡¡El ruano, pa todo el mundo!! ¡¡El ruano, por un pescuezo!!

—Está entrampada trajo otro como noticia está entrampada y parece que van a peliar.

Pero la voz, que en seguida se reconoce como la verdadera, insistía en todas las bocas:

—Tome, Don.

—Gracias.

— —El ruano, por un pescuezo.

Dí vuelta el tirador, conté hasta cien pesos, en billetes de diez y de cinco, y se los alcancé al perudo, que esperaba cortésmente sin mirar para mi lado.

En cambio mi padrino embolsaba cincuenta.

—Voy — me dijo, fingiendo salir al galope <—a ver si hallo otro mamao.