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—¡Claro!... como que aurita no más le vah'a dentrar a pegar al frasco.

Y echamos afuera toda la risa, con esa nerviosidad del gaucho que, cuando anda entre gente, parece como si sintiera que le sobra la vida.

A todo eso iba a empezar la función y yo estaba con ganas de desquitarme de mis disgustos.

La paisanada, a caballo, se había desparramado a lo largo de los andariveles en forma de boleadoras de dos, es decir, un poco amontonada en el lugar del pique y el de la raya y raleando a lo largo de la cancha.

Esperamos con paciencia de quien no está acostumbrado a esperar. Casi diría que ese momento de inacción era lo que más me gustaba en las fiestas, porque ya había tiempo todos los días para que sucedieran cosas y era bueno, de vez en cuando, saber que por largo rato nada cambiaría.

¿Los corredores se andarían pesando? Y bueno. ¿Los dueños estarían discutiendo los últimos detalles de las partidas, del lado, del peso? Y bueno.

Ya veríamos los animales cuando entraran a la cancha, destapados, y podríamos alcanzar una o dos partidas, para luego colocarnos en el sitio menos cargado de gente, a media distancia, donde por