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= 256—No sé de qué — me respondió, sin detenerse.

¿Así que se iba a hacer la farsa de que yo era el solo y único culpable? ¿Era un criminal por haberme defendido?

Entré a la cocina mal dispuesto. Si un hombre cargara con palabras como las de Paula, "pitaríamos del juerte" juntos.

Al rato cayó Fabiano.

—Ahí están sus caballos.

—Gracias, cuñao.

Fabiano me ayudó a juntar mis pilchas, mi ropa, y a ensillar.

¡Qué sola me parecía la noche en que iba a entrar! Siempre, hasta entonces, lo tuve a mi padrino y con él me sentí seguro. Hasta alcanzarlo, en el puesto que estaba trabajando, siete u ocho horas de camino, me encontraría perdido ante las sorpresas tristes que me habían deparado esos pagos de mal agüero.

Volví. Cenamos los de siempre menos Numa.

Junto con el asado, mascaba yo mi despecho al que no quería dar salida.

Al concluir la cena, me despedí de los presentes.

Don Candelario me acompañó hacia afuera. En el rancho de las mujeres, pegó unos puñetazos contra la puerta: