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—Rengo no más.

—Y tiene tanto apuro por cambiarlo'e dueño?

—Le vi a decir, cuñao. Yo mañana me güelvo pa'l rancho.

Adiós, pensé. Se me va el amigo y la moza, y yo tengo que quedar como peludo de regalo en estas casas, donde ni conocidos tengo.

Con razón dice el refrán que "no hay golpeado que dé con las casas". Asonsado por la noticia, ni se me ocurrió remedio a la desgracia y me largué a muerto.

—Y güeno. Lléveselos.

—Tenemos que arreglarnos por el precio.

—Será lo que usté diga.

—Ochenta pesos por el bayo y el lobuno?

—Son suyos.

Patrocinio quedó un rato como pensativo, luego despidiéndose con un "hasta aurita", me dejó solo.

Me levanté y dí unos pasos por el cuarto, rocé un banco con la pierna y rabioso lo aventé de una patada.

Salí para afuera. Pasé cerca de Paula y me hice el que no la veía. Por detrás de las casas crucé la sombra de los paraísos, y me acodé sobre un poste del alambradito que cercaba el patio, miran-